Disfrutar de la madurez

A medida que sumamos años y experiencia, podemos aprovechar todo lo aprendido en el camino para disfrutar mucho más de la vida

Hoy os traigo un artículo que he leído en la revista Cuerpo y mente y que me ha parecido interesante y muy acorde con la temática de este blog:

Envejecer sería terrible si no hubiera crecimiento. Pero una existencia bien vivida es aquella en la que, a medida que nos queda menos tiempo, extraemos todo su jugo a las maravillas que nos ofrece el mundo. Como una fruta que muestra todo su color y dulzor, la madurez es la mejor parte de nuestra historia.

El otoño de la vida

Quizás el primer signo de madurez sea comprender que el ser humano pasa por diferentes etapas, como el año por sus estaciones. Uno de mis personajes de La última lección, el maestro Valdemar, lo expresaba así: «De niños vivimos un verano donde todo es luz y juego bajo el calor de la familia, si tenemos suerte. Con la sexualidad y las decisiones sobre nuestro futuro empieza una larga primavera, que termina cuando nuestra energía ha llegado a su cúspide». Nuestra siguiente estación, el otoño, puede ser muy bella si somos capaces de vivirla con la sabiduría acumulada por lo aprendido en el camino. Así describe Valdemar la estación que solemos asociar a la madurez: «En el otoño de la vida nos recogemos y medimos mucho mejor nuestras fuerzas, que poco a poco van menguando. Desde donde estamos, vamos ayudando a los más jóvenes a encontrar su propio camino. Y hemos aprendido a embellecer el nuestro. En este punto somos capaces de saborear cada instante mucho mejor. El ser humano otoñal es un gourmet de la vida».

Un arte que se aprende

No es casualidad que los bosques otoñales nos resulten tan bellos, con esa infinita gama de ocres y dorados que nos hacen suspirar e invitan a la reflexión. Pero fijemos la vista en el paseante, ¿qué regalos le brinda la madurez?

Todos tenemos recuerdos infantiles de veranos casi infinitos. En la niñez, un día puede estirarse hasta abarcar una existencia entera. Tal vez sea así porque en esta primera estación de la vida no somos conscientes del tiempo.

Esto va cambiando con la adolescencia y en el tránsito hacia la edad adulta. Ya medimos el tiempo, tal vez tengamos incluso hasta un reloj, pero eso no significa que le otorguemos valor. De hecho es muy propio de las crisis existenciales perder un día entero tumbado en la cama o en el sofá, sin remordimiento alguno porque el tiempo parece no valer nada.

En el extremo contrario se halla justamente el primer beneficio de la madurez, entre los seis que ahora veremos: el aprecio del tiempo.

Valorar el tiempo

Cuando una persona se acerca al ecuador de la vida, o lo ha superado ya, es plenamente consciente de que los días, horas y minutos no tienen precio. A medida que nos queda menos tiempo somos más cuidadosos con él. No nos gusta malgastarlo, ni tampoco regalarlo a cualquiera sin una buena razón para ello. Eso nos lleva al siguiente punto.

Más asertividad

De jóvenes nos cuesta a menudo expresar lo que pensamos. Unas veces porque no lo sabemos, otras porque tenemos miedo a ser rechazados o excluidos si no nos plegamos a las expectativas ajenas. En ese sentido, un segundo regalo de la madurez es que se reduce o incluso se elimina la necesidad de fingir. Hemos vivido ya suficiente para saber que no ocurre nada si no vamos a una fiesta o incluso si aplazamos un compromiso. Al asumir el control sobre el tiempo, lo ganamos sobre nuestra vida.

Generosidad y empatía

Ese respeto por nosotros mismos nos permite ser más útiles a los otros. El escritor Hermann Hesse afirmaba de forma muy taxativa: «La juventud acaba cuando termina el egoísmo; la madurez empieza cuando se vive para los demás». Aunque no todos los jóvenes son egoístas, sí es cierto que en su proceso de autoafirmarse ocupan el centro de su universo, lo que a menudo les impide comprender a los demás. La madurez nos da una mirada larga, más allá de uno mismo, para ayudar a quien anda perdido en el bosque.

Salud y belleza interior

El aspecto físico deviene cada vez menos importante, lo cual significa que no nos cuidemos. La persona madura está más pendiente de su dieta, ejercicio físico y hábitos en general, pero no para gustar a otros sino para sentirse a gusto en su propio cuerpo. A la hora de relacionarse, tampoco se deja deslumbrar por los cánones de belleza. Cobran peso la buena conversación y la energía positiva que se da y se recibe de los demás.

Carpe diem

Muchas personas entradas en la madurez afirman que la pandemia les enseñó a disfrutar más de la vida. Darnos cuenta de nuestra fragilidad y de la imposibilidad de saber donde terminará nuestra andadura nos permite celebrar el sólo hecho de estar vivos. Aprendemos a divertirnos más y mejor, disfrutando de cada día como si fuera el último, porque sabemos que podría serlo.

Nuevas ilusiones

¿Quién a dicho que experimentar y reinventarse es exclusivo de los más jóvenes? A medida que la esperanza de años de vida saludable aumenta, disponemos de un caudal mayor de años que podemos llenar de nuevas experiencias. Eso ha generado una nueva tribu que los anglosajones llaman late bloomers, aquellos que no solo florecen tarde, sino que se dan el placer de probar cosas nuevas a cualquier edad. Así, nos encontramos con novelistas que debutan con más de noventa años, artistas plásticos que desconocían su talento o quienes descubren el placer de viajar libremente, no habiéndolo hecho de jóvenes.

La serenidad que trae la perspectiva de los años

En su canción Old and wise, Alan Parsons decía: «Cuando sea viejo y sabio/ las palabras amargas significarán poco para mi/ mientras los vientos de otoño me atraviesan». En mi elogio de la madurez, terminaré señalando la profundidad y comprensión que nos ofrece. La «mente de mono» de la juventud ya no opera aquí. Si hemos crecido y aprendido, ya no dejamos que el mono saltarín haga su circo en nuestra mente.

Sabemos que la vida es otra cosa y, al mirar atrás, podemos ver lo vivido en retrospectiva. De repente, entendemos algunos hechos que habíamos pasado por alto porque estábamos corriendo. Una buena madurez es la que nos permite transitar de la urgencia a la serenidad, comprender que nada es tan importante, y que podemos compensar que va quedando menos tiempo al vivir más lento.

Podemos ignorar las palabras amargas de las que hablaba Parsons y dejar que los vientos de otoño nos atraviesen. Nos hemos vuelto más ligeros y transparentes. A fuerza de vivir en el mundo, nos sentimos parte de su paisaje.

Todavía niños

Todo ello no significa haber perdido la curiosidad de los niños ni la pasión de los jóvenes. Al contrario, como sucede con las muñecas rusas, nuestras anteriores edades siguen viviendo dentro de nosotros. En la madurez podemos mantener el juego y la sorpresa, entusiasmarnos con cada nuevo descubrimiento, hacer de la vida una aventura, como el peregrino que no tiene mayor posesión que el mundo que transita. Madurar es volver a amar la vida desde una mayor sabiduría.

GANAR FELICIDAD CON LOS AÑOS

Después de ganar, perder

La vida es como una montaña, nos dice el psicólogo Joan Garriga: al subir vas adquiriendo relaciones, aprendizajes, logros y experiencias, pero la bajada requiere saber perder, irse desprendiendo de lo que sobra para poder caminar ligero.

Querer menos pero mejor

La madurez invita al minimalismo. Cada vez queremos menos cosas pero de mejor calidad. Mejor dos buenos jerséis que diez aparcados en el armario sin usar. Mejor dos amigos del alma que acudir a fiestas a las que no nos apetece acudir.

Amar la soledad

Albert Einstein decía sobre la soledad que así como en la juventud resulta dolorosa, en la madurez es una delicia. Tal vez porque hemos tratado ya con una ingente cantidad de personas, agradecemos poder estar con nosotros mismos.

Abrirse a la espiritualidad

Al haber comprobado por nosotros mismos que las cosas materiales no proporcionan la felicidad, madurar nos hace valorar el misterio de la vida – saber que no se sabe nada – y las relaciones genuinas y también nos inclina más a la espiritualidad.

La hora de perdonar

Un signo de inmadurez es conservar las ofensas del pasado, malgastar los días que nos quedan por no saber pasar página, tal como afirma la novelista norteamericana Elizabeth George «al perdonar abres la vida entera a la sanación»

El premio puede esperar

Así como un niño o adolescente está atado al placer inmediato, en la madurez sabemos que no pasa nada por retrasar el premio. Aprendemos que la paciencia y la espera son ingredientes básicos para la receta de la felicidad.

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